top of page

Vivir cien años es un privilegio, un anhelo que todos hemos tenido en alguna ocasión. Sin embargo, aunque la línea que marca la frontera entre la vida y la muerte cada vez está más lejos, son muy pocos los que consiguen llegar a esa cifra.

 

El escritor malí, Amadou Hampâte Bâ, defensor de la tradición oral en África y miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco, afirmaba que “cuando una persona anciana muere, una biblioteca arde”. El camino recorrido es tan largo que la experiencia acumulada es enorme. El depósito personal donde se guarda lo vivido rebosa de éxitos y fracasos, de alegrías y penas, de situaciones que hacen que a esa edad, la mirada se vuelva más serena porque, simplemente, no es fácil que la vida les sorprenda.

Es imprescindible y, además, una responsabilidad para aquellos en cuya mano está hacerlo posible, conservar y mantener la historia personal y la experiencia de aquellos que han llegado a una atalaya tan especial, de modo que sus vivencias y enseñanzas no desaparezcan con ellos. Su visión sobre las cosas desde la perspectiva que adquieren y que les hace estar de vuelta de todo, tiene un valor impagable para las generaciones actuales y futuras que no podemos despreciar.

Alberto Arija
Director del Proyecto CENTENARIOS
bottom of page